30 de julio de 2015

¡¡Hillary!!, ¿de verdad has dicho semejante cosa? ...


“Los códigos culturales profundamente arraigados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”.

                                  Hillary Clinton

He encontrado estas frases por la red; no me consta ni el lugar ni la fecha en que fueron pronunciadas, pero me fío de la veracidad de quien lo pone. Es posible que pueda haber diversas formas de interpretar lo que la esposa de Bill entiende por modificar creencias y por emplear los recursos coercitivos del Estado para redefinir dogmas, pero a mí son términos que me suenan muy mal y me recuerdan a las posturas que dieron lugar a los tiempos más nefastos de la historia del mundo.

Miss Clinton ha aparecido siempre, y ya hace tiempo que pulula por la política -en tiempos de su marido ejerciendo de primera dama más bien entrometida y posteriormente desplegando ambiciones y asumiendo poder-, con aureola de modernidad y aires de "lideresa". Ahora aspira a ser la primera mujer que preside los Estados Unidos, y con esos pensamientos, "miedo me da", ... y mucho más miedo plantearme que no sea solamente cosa de una mujer ambiciosa con pose de estadista, sino reflejo de lo que piensan y pretenden los más poderosos.

Como Doña Hillary pretenda modificar mis creencias y redefinir los dogmas, se habrá ganado un enemigo. Quiero pensar que no entiende demasiado de religiones ni sabe distinguir un dogma de una opinión, porque si ha hablado consciente de lo que decía es como para ponerle bigotillo.


27 de julio de 2015

Las culpas propias


La valentía tiene diversas manifestaciones, y pienso que una de ellas es saber admitir nuestros fallos, asumir nuestra parte alícuota de culpa cuando algo no sale bien; también cabría hablar aquí de honestidad, ese saber limar tanta excusa y justificación a las que tendemos a recurrir cuando hay algo que no nos gusta o que no nos ha salido bien.

Corren tiempos de quejas, críticas y reivindicaciones, y no digo que sea malo: motivos hay para conjugar cada verbo y difícilmente, pero no se si son también tiempos de capacidad de autocrítica, de que cada uno sepamos asumir nuestras responsabilidades en los diferentes desaguisados que por el mundo corren. Personalmente, me ha venido bien aprender -al menos algo, no se si mucho- a admitir equivocaciones, es algo que me aporta cierta serenidad interior. Y ese asumir culpas me mueve en tres direcciones: descubrir la paz que produce pedir perdón, intentar rectificar errores, cambiar la dirección si es preciso y no pretender ser perfecto ni proclamar posturas con excesivas seguridades.

A ver si tienen razón los que piensan que en esta país nos gusta en exceso descubrir culpas ajenas y buscar en la administración, en el Estado soluciones que no hemos sabido encontrar nosotros. A lo mejor deberíamos ser igual de duros y exigentes con nosotros mismos como lo somos con los demás.


24 de julio de 2015

Libros en medio del calor levantino


Mis vacaciones han sido muy "literarias" y he concluido nada menos que nueve libros. El balance es muy positivo, y a continuación dejo reflejada mi visión de los mismos. He comprobado una vez más que los superventas no suelen ser los libros de mayor calidad, que es bueno profundizar en los temas y personajes de actualidad y que en todos los géneros hay  siempre buenas lecturas por descubrir.

Leonardo Padura es un escritor cubano  a quien se ha concedido el último “Princesa de Asturias” de las letras; hace cuatro veranos leí “El hombre que amaba a los perros”, un versión novelada del asesinato de Leo Trosky a manos del anarquista español Ramón Muntaner,  relato que creo justifica por sí sólo el premio recibido. Hacía mucho tiempo que se aburría en mi estantería “Pasado perfecto”, la primera entrega de la serie de novelas policíacas escrita por Padura, protagonizada por el inspector Mario Conde y ambientada en La Habana. La novela me había sido recomendado vivamente por varias personas y puedo decir que, una vez leída, me ha parecido excelente, de lo mejor que ha pasado últimamente por mis manos en este género. La novela de Padura me ha recordado, salvando las distancias de tiempo y lugar, a las magníficas novelas de los clásicos del género negro, Hammet y Chandler, con un personaje muy sólido y lleno de contrastes y una ambientación magnífica, con trampas, corrupción y crimen en la Cuba castrista. Aunque contiene expresiones propias de allende los mares, circunstancia que mueve a prevención a mi buen amigo Brunetti, se lee sin ningún problema, entre otras cosas por estar bien escrito, y desde luego queda avalado el galardón recibido. Seguiremos con el personaje.

He comentado reiteradamente mi notable afición por la historia de la “Transición” española, una época de la que uno de los personajes más importantes fue sin duda el catedrático de Derecho Político asturiano Torcuato Fernández Miranda; por esta razón no he dudado en meter en mi maleta el libro publicado recientemente por Plaza & Janés en el que bajo el título “El guionista de la transición”, Juan Fernández Miranda, su nieto, nos habla de la vida de este político español, poniendo especial acento en su trayectoria política durante las décadas de los 60 y 70. Aunque no añade datos nuevos y desconocidos, he seguido sus cerca de cuatrocientas páginas con interés, leyéndolo con la serenidad que se siente al tener en las manos un relato desapasionado y respetuoso de una época llena de acontecimientos decisivos en la reciente historia de España, todo ello desde la perspectiva de la vida de un personaje que fue preceptor y hombre de confianza del Rey Juan Carlos, Ministro Secretario General del Movimiento, vicepresidente del Gobierno –época en la que debió asumir la dirección de la crisis provocada por el asesinato de Carrero Blanco en diciembre de 1973- y presidente de las Cortes, con un papel decisivo en la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, la elaboración y aprobación –referéndum incluido- de la Ley de Reforma Política y la celebración de las primeras elecciones democráticas tras la Guerra Civil, sin excluir momentos difíciles y sus disidencias y decepción finales con el propio Suárez. En suma, un libro que hace justicia a un tiempo especial y una trayectoria que a mí me parece admirable.

Marcelo Luján es un escritor argentino que vive en España desde hace casi 15 años; su tercera  novela, titulada "Subsuelo", me fue recomendada por varias personas, con la advertencia -eso sí- de que se trataba de una novela francamente dura -más de fondo que de forma-; tales recomendaciones vinieron posteriormente avaladas por las crónicas del blog "Elemental" de "El País" y el suplemento cultural de "El Mundo". Efectivamente, la novela está muy bien escrita, y se lee bien, a pesar de que el autor parece hablar en clave y va y viene desordenadamente en el tiempo, circunstancias que no impiden la perfecta comprensión de lo que dice. Luján nos cuenta una historia dramática en la que se refleja la crueldad de los adolescentes y la intrascendencia de sus padres, relatándonos unos hechos que convierten una tranquila velada de verano en una parcela del campo en una auténtica y cruel tragedia. Desde el punto de vista literario no puedo dejar de poner de relieve lo bien que relata el escritor argentino los diálogos y los comportamientos habituales de las personas en algo tan ordinario como un pic-nic de verano. Pero también debo hablar del desasosiego que  causa la lectura del libro,  la visión tan negativa que se nos ofrece de la sociedad actual ... lo que no significa que no sea una visión real, pero en la que sería de desear que se abriera alguna puerta a la esperanza. "Subsuelo" no es un thriller que termina bien, sino el relato de unos hechos y unas actitudes que acaban aún peor de lo que empezaron. No tengo ni idea la visión personal de Marcelo Luján, a mí me estremece -y pido disculpas por incluir valoraciones relativas a convicciones personales- pensar en hasta donde son capaces de llegar las personas cuando se borra a Dios de un plumazo de la vida del ser humano.

El último premio Pulitzer de ficción lo ha obtenido Anthony Doerr, un escritor nacido en Cleveland, con "La luz que no puedes ver", una novela que supera las 600 páginas, ambientada en la 2ª guerra mundial, más en concreto en la época ocupación alemana en Francia. El libro va relatando dos historias paralelas que, como es de esperar, terminan confluyendo: la de  Marie Louise, una adolescente ciega que huye de los alemanes y la de Werner, un joven germano que vive en un orfanato junto a su hermana y cuya enorme habilidad con los aparatos de transmisiones le lleva a ser captado por las juventudes hitlerianas. El ambiente de la Francia ocupada, la lucha de la resistencia y el intento de los nazis de llegar hasta el final constituyen el paisaje de una novela que me ha parecido excelente. El relato es muy duro, pero una de las grandes virtudes del libro está en reflejar como es posible descubrir el amor, la bondad y la ternura en medio del odio, la barbarie y la desolación. queda dicho que "La luz que no puedes ver" tiene dos protagonistas indiscutibles, pero no son los únicos, pues el libro de Doerr se muestra como una escaparate de personajes: hay muchos y muy bien conseguidos. La novela se compone de capítulos cortos, lo que hace más llevadero y asequible su lectura: a pesar del notable grosor de la misma, se lee de un tirón. Pienso que el Pulitzer está más que justificado.

Hace ya tres años que Seix Barral, una de esas editoriales de cierta garantía, publicó "Un viaje de diez metros", una deliciosa novela en tono de comedia del norteamericano Richard C. Morais; incluso ya se ha estrenado una película de éxito basada en ella, aunque solamente nos cuente, como suele ocurrir en estos casos, una parte concreta del argumento. El libro narra la historia de una familia hindú a la que las circunstancias obligan a emigrar a Europa e instalados en Francia, se dedican a la hostelería a base de romper esquemas y hacerle la competencia con la gastronomía hindú a la comida tradicional gala, acomodada bajo el paraguas del clasicismo y chauvinismo propio de los franceses. Es una novela que trata del problema de la inmigración, planteado en un tono positivo y poniendo sobre el tapete las ventajas del mestizaje. Tiene pasajes inolvidables, como la descripción de la visita del protagonista con su padre a un mercado de Bombay en los prolengómenos del relato y las distintas referencias a los platos de cocina que hay a lo largo de la narración. Se trata de una novela tremendamente humana, llena de detalles de actitudes sinceras y bonhomía, no carente de sus momentos dramáticos y escrita con agilidad y buen sentido. Una lectura amable y una visión muy interesante de los entresijos de la alta gastronomía actual.

Mediado el mes de julio me di una vuelta por la "Casa del Libro" de Valencia. lugar en el que fui abordado por una amabilísima, joven y entendida dependienta que me aconsejó una serie de libros con un convencimiento realmente irresistible. Uno de ellos fue "El oro de Cajamarca", una novela brevísima -104 páginas en tamaño "octavilla"- reeditada magníficamente por "Navona" y escrita por Jakob Wassermann, un novelista judío nacido en Alemania aunque de nacionalidad austriaca, poco conocido por estos lares al que algunos comparan nada menos que con Dostoyevski. La "novelita" trata de la cautividad y muerte de Atahualpa, rey de los incas, a cargo de Francisco Pizarro y sus hombres, un relato que se convierte en todo un alegato contra el fanatismo religioso, el nacionalismo y, sobre todo, la codicia. La citada empleada de la "Casa del Libro" me aseguró que el libro era una maravilla literaria y he descubierto que no exageró nada. En algún momento Wassermann me recordó a  Joseph Roth y especialmente Stefan Zweig, en concreto a sus magníficos "Momentos estelares de la humanidad", aunque éstos recogen aspectos épicos y heroicos, mientas "El oro de Cajamarca" es toda una exposición de ruindades y ambiciones desbordadas. Está relatado en primera persona por Domingo de Sora Luce, protagonista de los hechos y que al cabo de 30 años los narra desde un monasterio en tono de desagravio, reflejando la grandeza del rey peruano, al que dota de cierta aura sobrenatural. Una lectura tan breve como deliciosa.

Si hace dos años el libro del verano fue "La verdad sobre el caso Harry Quebert", el de éste viene siendo, sin posibilidad de duda, "La chica del tren", una genuina novela de intriga de Paula Hawkins, una escritora británica, nacida en Zimbaue. Las cifras de ventas y ediciones de la novela están batiendo todos los records, de manera que más que del verano, cabe hablar del libro del año. Como suele suceder cuando hay tantas expectativas, es fácil que una vez que el libro pasa por tus manos -y tus ojos- compruebas que la cosa no era para tanto. Leyendo algunos comentarios en la red observé que se ponía en relación a "La chica del tren" con Patricia Highsmitt y Alfred Hitchcock, comparaciones que en principio atraen pero que en este caso han terminado siendo, siempre desde mi punto de vista, arriesgadas y excesivas. Es una buena novela de intriga, como tantas, que viene bien para ir pasando un verano caluroso sentado en la hamaca de la playa o en el sillón de la terraza, pero que no posee una calidad equiparable a las expectativas ... y a la respuesta de los clientes. La escritora nos cuenta la historia intercalando los relatos de las tres mujeres protagonistas: la que investiga -la chica del tren-, la víctima y la nueva mujer del ex de aquélla,  un estilo que pienso da resultado, pues sabe introducir bien la historia desde estos tres puntos de vista. El personaje de la chica del tren me parece bien conseguido, ya que Hawkins nos perfila a una joven cargada de problemas -soledad, paro, alcoholismo, ...-, atolondrada, torpe, ingenua, inoportuna, ... un ser patético que termina cayendo bien, posiblemente porque mueve a compasión. Por lo demás, una intriga que no ofrece nada nuevo, un argumento poco original y un final predecible. Si alguien necesita descansar con la lectura, le puede venir bien, pero quien busque literatura exigente tendrá que acudir a otros estantes.

Poco antes de marcharme para el Levante y en una de mis visitas por los anaqueles de las librerías de Zaragoza y Huesca, encontré una semblanza del papa Francisco que me llamó la atención, se titulaba "El gran reformador" y estaba escrita por un escritor y periodista inglés llamado Austen Ivereigh, quien  era presentado en la solapa como doctor por Harvard y especialista en la iglesia argentina. Se ha convertido en libro de cabecera durante mis tres semanas de vacaciones compartiendo lectura con el resto de novelas que han ido "cayendo" en ese tiempo. Se trata de un relato interesantísimo en el que el autor nos va contando la historia personal de Jorge Mario Bergoglio en paralelo con los aconteceres históricos de su Argentina natal: peronismo, dictadura militar, gobiernos diversos, madres de mayo, guerra de las Malvinas, ... con la peculiariedad de que cada capítulo se inicia con vivencias -viajes, discursos, entrevistas, frases, ...- del protagonista a partir de su elección como sucesor de Pedro.El libro de Ivereigh me ha servido para entender mejor la personalidad y el mensaje de Francisco, para valorarle como hombre entregado y comprometido al cien por cien a su misión y para poner en su sitio sus acciones y sus palabras. Por otra parte, el ensayo resulta enormemente instructivo para comprender la situación de la Iglesia antes de la llegada del papa Bergoglio, las discrepancias y tensiones en la curia, el conflicto entre los partidarios del centralismo romano y quienes defendían una apertura a la colegialidad -el autor les llama "rigoristi" y "reformatti"-, el desarrollo de los dos últimos cónclaves y el planteamiento de la necesidad de incrementar la influencia de las iglesias de América y África -las "periferias"- frente a una decadente Europa. En definitiva, una lectura apasionante que, en mi opinión, explica muy bien el fenómeno "Francisco".

Sin duda el yihadismo es un problema actual, grave y alarmante, por eso hacía tiempo que tenía ganas de leer "Isis. El retorno de la Yihad", un ensayo del periodista de origen irlandés Patrick Cockburn, quien en su día fue corresponsal en Oriente Medio del "Financial Times" y hoy lo es de "The Independent". El trabajo de Cockburn tiene la virtud de ser claro y breve, lo que es de agradecer cuando el lector es, como yo, poco experto en el tema y desea compatibilizarlo con otras lecturas menos sesudas. El libro lo calificaría ante todo de preocupante, el panorama que nos muestra una situación que se agrava por momentos y un futuro bastante negro; se nos muestra como en el verano de 2014 el Estado Islámico transformó radicalmente la política de  Oriente Medio.. Tras leer sus 131 páginas he llegado a varias conclusiones: en occidente llevamos años desinformados y nos han vendido unos éxitos que no lo han sido; las intervenciones norteamericanas en Afganistán e Iraq han despertado una fiera que ahora no se controla; los yihadistas radicales -Isis y otros- no son cuatro fanáticos que van por libre sino que son bastantes,  están organizados y muy bien preparados; eventos como la primavera árabe y la caída de Gadaffi se han planteado en nuestra opinión pública como revoluciones idílicas sin  demasiado fundamento y la batalla la estamos perdiendo. Creo que Patrick Cockburn nos ofrece un trabajo bien elaborado y con base sólida, sabe lo que escribe y nos da una visión esclarecedora de causas, hechos y situación actual. Refleja muy bien, además como el Estado Islámico maneja a la perfección dos armas indestructibles: el odio y el miedo.

22 de julio de 2015

Elogio de la mesura


No creo que pueda presumir de persona mesurada; por naturaleza he sido siempre primario y ha habido temas -los nacionalismos, algunas actitudes políticas, ciertas formas de ser y planteamientos personales ... y, por supuesto, algún que otro evento futbolístico, me han  conducido a reacciones a veces excesivas de las que he solido arrepentirme pronto y avergonzarme al cabo del tiempo. Pero también es cierto que con el correr de los años, el arraigo de las canas y las experiencias vitales acumuladas, uno termina aprendiendo, aunque sea parcialmente, a moderar instintos y respuestas así como a tomarse las cosas con la calma necesaria.

No se si la mesura es producto de temporada, imagino que no, aunque aún si así fuera me temo que no andamos precisamente en momentos propicios a aquélla. Observo en la calle, en  lugares bien diferentes de encuentro, en los sitios donde el personal opina y hasta en algunas instituciones ... o más bien en algunos que las representan, una clara tendencia al exabrupto, la sal gorda, los planteamientos radicales y las posturas revanchistas. Los deseos de cambio suelen ir unidos a las buenas intenciones, a ganas de mejorar las cosas, pero si se aparcan la moderación, las formas y posturas que exigen el respeto, el consenso y la conciencia de que en este mundo no parece que quepa encontrar poseedores exclusivos de la verdad absoluta ni de la razón completa, terminamos convirtiendo el clima en insoportable.

Cada vez me rechinan más las afirmaciones rotundas, las enmiendas a la totalidad del pasado, el actuar como quien ha descubierto un nuevo continente, con la inocencia -o la torpeza- de creerse portador de decisiones sublimes o piedras filosofales ... al fin y al cabo, quien pierde la mesura, quien no sabe contener impulsos, odios y ambiciones es posible que no termine consiguiendo más que frustraciones y alguna que otra úlcera de estómago.


20 de julio de 2015

Oh capitán, mi capitán


La selección española sub 19 de fútbol -la "rojita" para algunos snobs- ganó ayer el campeonato de Europa celebrado en Grecia, algo que afortunadamente comienza a ser habitual pues si mis datos no fallan ya es la séptima vez que los nuestros se proclaman los mejores de Europa de la categoría. Para los sufridos zaragocistas, la alegría del éxito fue mayor, ya que vimos al central del equipo, Jesús Vallejo, levantar la Copa como capitán del cuadro nacional: hacía tiempo que no sentía una emoción así en temas futbolìsticos.

Vallejo ha sido la gran revelación de la temporada pasada; Víctor Muñoz, entonces entrenador de los blanquillos, tuvo la audacia no solamente de hacerle debutar con el primer equipo a los 17 años, sino que lo mantuvo en la titularidad desde el primer momento, criterio que no solamente mantuvo Ranko Pópovic cuando asumió la dirección deportiva, sino que le elevó a la condición de capitán. Vallejo es un central de nivel y destaca por su colocación, serenidad, capacidad de anticipación y sabiduría para sacar el balón controlado. Asegura que sus ídolos fueron Gabi Milito y Carles Pujol, y es cierto que tiene formas que les recuerda, aunque a mí a quien me trae a la memoria es a José Luis Violeta, el "León de Torrero", en cuanto a sus condiciones añade la entrega y el zaragocismo. El fútbol da muchas vueltas, ya habrá que esperar a ver como desarrolla su carrera este joven zaragozano, pero por ahora su trayectoria es imponente.

Pero Jesús Vallejo tiene además unas condiciones personales que le le convierten en un ejemplo; es un chaval sencillo, que no va de triunfador ni mira por encima del hombro, es ponderado, discreto y respetuoso. Basta escuchar sus declaraciones para darse cuenta de su categoría humana, de que no hay en él -en frase evangélica- ni doblez ni dolo. En varias ocasiones ha declarado que el fútbol no lo es todo, y por eso ha seguido sus estudios de bachiller en el Instituto Goya de Zaragoza, y la misma semana en la que se enfundaba la camiseta del Real Zaragoza para disputar los play off de ascenso, se examinaba de selectividad. A sus 18 años es todo un ejemplo de humildad, sentido común y bonhomía.

Ojalá Vallejo levante pronto títulos vistiendo la camiseta del Real Zaragoza, algo que a la vista de su proyección no va a ser fácil, pues parece que ya unos cuantos grandes suspiran por él.

13 de julio de 2015

El adiós de Iker Casillas


En el mundo del fútbol hay ocasiones en las que las cosas se sacan de madre. El traspaso del mítico portero del Real Madrid Iker Casillas al Oporto ha dado lugar a escenas excesivas y desproporcionadas: desde la rueda de prensa con la que se despidió el jugador y en la que hubo más lágrimas y suspiros que palabras cuerdas hasta los abucheos y peticiones de dimisión que ha tenido que escuchar el otrora incontestable Florentino Pérez, pasando por los kilos de papel y horas de radio y televisión a que ha dado lugar este largamente anunciado adiós, con artículos en tal tono dramático que uno no sabía si Irán había declarado la guerra a España o habían diagnosticado un cáncer a cualquier personaje querido por los ciudadanos.

Al fin y al cabo solamente se trataba de un futbolista que tras muchos años en un equipo, y tras cobrar todos sus emolumentos, se marchaba a seguir trabajando de lo que sabe y le gusta a otro club de nivel en en que ni va a pasar hambre ni nadie se va a meter con él. Llevaba muchos años en el club de Concha Espina y son lógicos sentimientos y nostalgias, pero no parecen de recibo ni las histerias de algunos ni el haber convertido el tema en "casus belli" como han hecho bastantes de los habitualmente exagerados y parciales periodistas de Madrid.

Casillas lo ha sido todo en el club merengue y en la selección española; se trata de un portero ágil, con unos reflejos espectaculares y una agilidad notable, lo ha ganado prácticamente todo, Campeonato del Mundo de Sudáfrica incluido, y  además se trata de un muchacho de un talante agradable, de esos que caen bien. Pero también es cierto que a la hora de su valoración por expertos y aficionados hay algo de leyenda, que se ha hecho mucho hincapié en sus hazañas, mientras se han pasado por alto sus errores puntuales y algunas carencias en el juego ... en fin, que se le ha podido sobrevalorar un poquito.

De cualquier manera, la vida sigue, nadie somos imprescindibles y la meta del Real Madrid volverá a estar defendida por guardametas de nivel. Mientras tanto Casillas ya ha entrado en la nómina de los grandes "ex" madridistas, como en su día lo hicieron Di Estéfano, Puskas, Amancio, Pirri, Santillana, Stielike, Butragueño, Hugo Sánchez, Raúl,  Zidane, Roberto Carlos o Mijatovic, ... y no dudo que sea por merecimientos propios.

11 de julio de 2015

Un actor con una presencia impresionante

Hace unas semanas leí que Omar Sharif había perdido la memoria, que prácticamente no sabía quien era y que su situación era irreversible ... pensé que se trataba de una situación especialmente dolorosa para un actor a quien la providencia había dotado de un físico, de una apariencia espectacular. Ayer llegaba la noticia de su repentino fallecimiento en El Cairo a la edad de 83 años. En El País nos cuentan que en torno a Sharif  se cernían tres leyendas: su condición de eterno y exitoso conquistador, un hombre de  éxito con las mujeres, su facilidad para agarrar unos enfados enormes, calificados por el autor del obituario del diario de PRYSA como "homéricos" y el hecho de que sus jornadas comenzaban al mediodía, leyendas que al parecer eran ciertas en su totalidad. Además de ello, habrá que señalar que el actor egipcio -nacido nada menos que en Alejandría- era un jugador empedernido y su afición al bridge le había llevado a lo largo de su vida a navegar entre el esplendor y la ruina. Sin duda, todos ellos elementos que complementan perfectamente lo que es la vida de un artista, porque romper corazones, dar espectáculos, vivir burguesamente y tener pasión por el juego no deja de ser  hacer de la vida de uno una película más.

De cualquier manera, Omar Shariff era ante todo un gran actor; su película emblemática fue sin duda "Doctor Zhivago", basada en la novela del Nobel Boris Pasternak y en la que daba vida a un personaje con tanto aura heroico como romántico, una película dirigida por David Lean, que fue uno de los más sonados éxitos cinematográficos de los 60 .y en la que el actor fallecido encabezaba cartel junto a actores como Julie Christie, Alec Guiness, Geraldine Chaplin, Rod Steiger y Ralph Richardson. Sharif no consiguió ser nominado al Oscar -ese año la película de Lean hubo de repartir la gloria con "Sonrisas y lágrimas"-, aunque obtuvo el Globo de Oro al mejor actor. "Doctor Zhivago" fue, posiblemente, la primera película de la que tuve conciencia de que se trataba de una obra cinematográfica especial, que no era un film más de relleno, ... y eso que lógicamente no la vi en su día, pues no había cumplido ni 8 años cuando se estrenó, pese a lo que recuerdo que mis padres fueron a verla en plan "acontecimiento", ... algo que influía en el resto de la familia que se quedaba en casa.

Su primer trabajo de nivel, "Lawrence de Arabia" (1962) sin que le supuso una candidatura al mejor actor secundario, aunque Ed Begley le robó la cartera por su interpretación en "Dulce pájaro de juventud". En el film citado, dirigido también por David Lean, Omar Sharif interpreta al Jerife Alí, una especie de noble del desierto cuya primera aparición en escena recuerdo que en su día me pareció espectacular, llegando en camello a un  oasis entre el brillo del sol y con una presencia majestuosa. La película, que obtuvo siete Oscars -entre ellos a la mejor película y al mejor director- constituyó uno de esos grandísimos estrenos de la época y aportaba un reparto excepcional, pues junto al actor egipcio aparecían Peter O'toole, Alec Guiness, Anthony Quinn, Jack Hawkins, Anthony Quayle, José Ferrer, Claude Rains, ... hasta el español Fernando Sacho. "Lawrence de Arabia" era un film larguísimo en el que la presencia de Omar Sharif era más bien escasa, pero lo suficiente para convertirle en estrella, ... de la película ... y del cine.

Anthony Mann contó con él para el papel de Sohamus, rey de Armenia, en su monumental "La caída del imperio romano" (1964), mientras que Henry levin lo hizo para el protagonista de "Genghis Khan" (1965) y William Wyler le convirtió en partenaire de Barbra Streissand en ""Funny girl" (1968). Mi recuerdo de Omar Shariff se completa con tres films concretos: "La noche de los generales" (1964), de Anatole Litvak, una especie de thriller militar ambientado en el Berlín de la 2ª guerra mundial donde le corresponde el papel d einvestigador de unos atroces crímenes de cuyo autor solamente se sabe que es general de las SS, donde vuelve a encontrarse a un Peter O'Toole genial como psicópata, "El oro de Mackenna" (1969), de J. Lee Thomson, donde le corresponde el papel de villano frente a un "buenísimo" Gregory Peck, con testigos del nivel de Telly Savalas, Edward G. Robinson, Eli Wallach y Lee J. Cobb y "El último valle" (1970), una durísima película de ambiente medieval y donde su papel es el de un profesor de universidad rodeado de duros guerreos como Michael Caine y Nigel Davenport, además de una agraciada Florinda Bolkan.

"La semilla del tamarindo" (1974),  "La pantera rosa ataca de nuevo" (1976), "Top Secret!" (1984) y "El señor Ibrahim y las flores del Corán" (2003), son otros títulos de cierta relevancia, aunque el actor siempre será recordado como príncipe del desierto y héroe de la revolución soviética.

Omar Shariff fue portada de revistas del corazón, invitado irrenunciable a todo tipo de fiestas y banquetes de postín, personaje apasionante y un hombre con una presencia que impresionaba: alto, moreno, apuesto y sonriente, ... toda una imagen que da realce a cualquier sitio donde vaya. Pero ante todo fue un actor de cine al que bastaron dos papeles llamativos para convertirse en uno de los "super star", ahora es ya leyenda. Descanse en paz.

8 de julio de 2015

Mi pequeño recuerdo a Jaime Morey


Ayer falleció Jaime Morey: tenía 73 años y padecía desde hacía varios u cáncer que ha terminado llevándole a la tumba. Hace muchos años que este cantante nacido en Alicante había dejado de estar en el candelero, posiblemente solamente es recordado por sus coetáneos y por algún que otro “friki” capaz de haberse preocupado por la música ligera española de los años 60 y 70. Jaime Morey pertenece a esa generación de cantantes de los que algunos aún siguen en activo o, cuando menos, en la memoria de todos: Julio Iglesias, Ráphael, Juan Pardo, Miguel Ríos, … sin olvidar al malogrado Nino Bravo.

Jaime Morey era rubio y tenía cara de niño, lo que unido a unos ojos azules y una voz profunda le convertía en ídolo de las mujeres de la época, incluidas –o puede que principalmente- las más maduras. Era un cantante romántico, con un estilo almibarado y con bastante dominio de la escena. Mis primeros recuerdos de Morey se remontan a uno de esos musicales televisivos de mediados los 60 en los que el cantante fallecido hacía de presentador, a la vez que interpretaba su éxito de entonces, una canción melosa y tierna llamada “Rosita” … “… tiene el nombre de una flor, pero es mucho más bonita: Rosita, Rosita, …”. También fue célebre su versión de “Acompáñame”, tema que interpretaba junto a Rocío Dúrcal.

El cantante tuvo su bache y resurgió gracias a un grande del pop español de entonces, el aragonés Fernando Arbex, componente de “Los Brincos” y uno de los mejores compositores españoles de aquellos años junto a Manolo de la Calva, Ramón Arcusa y algunos más. En los primeros años de la década de los 70 convirtió en éxito indiscutible la canción “Negra Paloma”, el tema que más me gusta de Jaime Morey y que se vendió como rosquillas, alcanzando los primeros puestos de lo que entonces llamábamos “Hit-parade”.

El cantante levantino fue un habitual de los festivales de la época: Benidorm, el del Mediterráneo, el de Mallorca, … sin olvidar el mítico Festival de Spot, a donde acudían los países formando equipo y que ganó en compañía de Julio Iglesias, Dyango, Peret y la cantante valenciana Dova. Aún recuerdo las transmisiones de dicho certamen y las entrevistas posteriores a los ganadores a cargo de uno de los más habituales presentadores de musicales de la televisión en blanco y negro, Miguel de los Santos. En Benidorm quedó segundo en 1964 con “El barco, el mar y el viento”, participando también en 1967 con “Las mañanitas”.

Una de las grandes aspiraciones de Jaime Morey fue representar a España en el Festival de Eurovisión, algo que en aquellos tiempos era “lo máximo”. Lo intentó en 1971 participando en el programa “Pasaporte a Dublín”, que bajo la dirección de Valerio Lazarov se celebraba cada sábado y en el que compartía sana competición con Karina, Cristina, Rocío Jurado, Junior, Conchita Márquez Piquer, Nino Bravo, Los Mismos, Encarnita Polo y Dova, si bien el jurado en esta ocasión optó por Karina, quien terminó quedando segunda en Dublín con”Al fin del camino”. Dos años después Jaime Morey cumplió su sueño y acudió al principado de Mónaco interpretando “Amanece”, un tema de Ramón Arcusa y Augusto Algueró que consiguió un modesto décimo lugar, puesto que entonces pareció mediocre, pero que no está mal a la vista de posiciones recientes de nuestros representantes.

Tras Eurovisión no recuerdo demasiados trabajos del cantante, si acaso una emotivo tema titulado “La dama de las camelias” y un tema con título tan significativo como “Camp”. Descanse en paz.