29 de diciembre de 2013

Servidor múltiple


En mis primeros tiempos profesionales, allá por los años 1986 y 1987, tenía que ir con frecuencia a Vilafranca del Penedés, localidad tranquila y de interior ubicada en la provincia de Barcelona, en la comarca que le da nombre; habitualmente me quedaba a comer en algún establecimiento del lugar, y muchas veces optaba por el "Casino", posiblemente el restaurante más tradicional del pueblo, ubicado en el centro de la villa y que ofrecía un menú a buen precio y con tres platos y postre. El almuerzo solía tratarse de una de esas comidas en solitario que uno concluye rápido, a la vez que se siente observado por el resto del personal, máxime si eres tú el de fuera. La mesa la atendía casi siempre un camarero veterano, más bien bajo, calvo y enjuto que lucía una sonrisa "profiden" y vestía el riguroso uniforme de chaqueta y camisa blanca y pantalón y corbata negra. El hombre era servicial y mostraba una seguridad y experiencia en su trabajo absolutas, quedaban claras sus muchas horas de vuelo y que el trabajo de camarero no tenía para él ningún secreto.

Y si he dicho que era servicial es porque tengo pruebas abundantes, pues aparte su buena disposición y su paciencia con el cliente, el hombre tras servir y recoger cada plato decía invariablemente la palabra "servidor", que teniendo en cuenta su rapidez verbal y su notorio acento catalán se escuchaba algo así como "srrrvidorrrrr". Si tomamos en consideración que el término lo decía siempre y que el menú, como queda dicho, era de tres platos y postre, la palabreja te la soltaba ocho veces cada vez, que podrían llegar a ser diez si tomabas café, e incluso unas cuantas más si, como creo recordar, el "servidor" incluía la entrega y recogida del papelito del menú y del que contenía la cuenta final. Sin duda, debían de ser muchos años de "servicio" y el hombre se había pasado la vida diciendo eso de "servidor", término que me temo se podía repetir hasta el infinito en bodas, comuniones y demás grandes banquetes, ... y no te digo si el hombre había creado escuela.

Al cabo de los años, cuando no tengo evidentemente ni idea de qué habrá sido de un individuo de quien sospecho no llegué a conocer ni el nombre, aunque imagino que si vive tendrá ya bastantes años, no puedo evitar recordarle con cariño, y valorar que esa rutina verbal que entonces, siendo yo un pipiolo, me hacía gracia y provocaba cierto "recochineo", no deja de ser una muestra de esfuerzo por trabajar con buena disposición hacia los receptores de tu tarea.





2 comentarios:

Carmen J. dijo...

Los inmigrantes americanos han traído no pocas fórmulas de cortesía, no sé si te habrás fijado. Lo que los españoles hemos perdido, con una cierta soberbia igualitarista (al final, todos servimos a alguien, aunque trabajemos en una oficina), ellos nos lo han vuelto a traer con su acento, y con una naturalidad pasmosa, en absoluto servil.

Modestino dijo...

Ahora que lo dices, es verdad. Los americanos tienen una suavidad, un equilibrio al hablar del que carecemos por aqui.