28 de octubre de 2011

La chica del "Gong"



En la calle Alfonso I de Zaragoza, en la misma manzana de la clásica zapatería "El Pelicano" se halla la cafetería "Gong"; entro allí con relativa frecuencia, ya que suelo acudir a alguna reunión en un organismo oficial que se encuentra justo al lado, además de que siendo lugar de paso para El Pilar no es infrecuente que caiga en la tentación de un café a media tarde o un refresco que alivie el calor que en verano cae inmisericorde sobre el asfalto zaragozano. El establecimiento también tiene restaurante, aunque todavía no he comprobado el buen nivel que me aseguran tiene.

Creo que ya es de conocimiento general que a veces soy reiterativo, y entre otros temas recurrentes se incluye cierta mezcla de preocupación y admiración hacia quienes se encuentran detrás de un mostrador, en especial si se trata de la barra de un bar. Son gente que con frecuencia tiene que multiplicarse en el servicio al cliente, ha de poner buena cara aunque no lo sienta y en ocasiones debe de sufrir las impertinencias de algunos. Por supuesto, de entre quienes trabajan en estas profesiones los hay mejores y peores y, muy especialmente, quienes da gusto encontrarlos al otro lado y quienes parece que se han desayunado con pimienta. Por eso, uno agradece toparse con caras y ojos que ponen de manifiesto que tu presencia les es, al menos mínimamente y en apariencia, grata.

Y en el "Gong" te encuentras desde hace tiempo con una persona de esas a las que da gusto pedir una consumición, de las que te apetece dejar propina; una joven rubia, no muy alta, más bien delgada y cuya cara queda adornada por una sencilla coleta y una sonrisa permanente. Es verdaderamente de agradecer que se dirijan a uno con una amabilidad tan natural, comprobar como a los clientes habituales la chica se dirige con una confianza y una simpatía que resultan perfectamente compatibles con el respeto y la discreción, y así uno sale del establecimiento encantado de que siga habiendo gente así.

El viernes de la semana pasada, hice una visita a la Virgen del Pilar, donde además de saludar en el camarín y besar el Pilar encendí las habituales velas -seguro que la Virgen las sabrá aplicar convenientemente-; de regreso paré a tomarme un café, entre otros motivos porque había andado demasiado y necesitaba un descanso. Allí estaba la chica demostrando amabilidad y naturalidad; en el breve tiempo que estuve en la barra la moza se recorrió la planta baja atendiendo mesas y sirviendo al personal, con una actitud que me hizo desear seguir allí toda la tarde. Fue ella la que me puso el cortado descafeinado de máquina, si bien me cobró el dueño, aunque he de reconocer que estuve esperando un rato antes de pagar para ver si ella regresaba de sus tareas y podía encargarse de hacerlo, no pudo ser y otra vez será.


11 comentarios:

Anónimo dijo...

No tengo costumbre de entrar en bares a tomar café, y menos aún si voy sola, pero creo que podría decir lo mismo de otros gremios con los que tengo más contacto.

Por ejemplo, cojo muchos autobuses interurbanos porque trabajo en una población distinta a aquella en la que vivo. Y he pensado muchas veces que solemos dar por hecho de que quien está en contacto con el público tira más a antipático, y no es verdad. Viendo a los conductores de autobús hacer un trabajo que es a la vez estresante y monótono (hacer un montón de veces al día la misma ruta), y teniendo en cuenta que la gente es muy cansina (a pesar de que el autobús lleva muy claro un rótulo enorme con el trayecto, todo el mundo en cada parada le pregunta que para dónde va), la gran mayoría son amables y contestan como si fuera la primera vez que se lo preguntaran.

Modestino dijo...

Algún día hablaré de mi visión, tal vez algo individualista, del valor de la soledad buscada, que incluye hacer sólo lo que ordinariamente haces compartiendolo con otros.

Driver dijo...

En esos encuentros casuales en bares y cafeterías, a veces he encontrado respuesta a interrogantes eternos del ser humano, en forma de breves e intensas conversaciones.

"Dígame el importe de la consumición, por favor.
Pero no me cobre la amabilidad, que sólo llevo encima dos millones de euros, y no me alcanza".

Y entonces la chica te sonríe con una sonrisa tal que supera la amplitud de la línea del horizonte.

Entonces te sientes el Rey del Mambo.
Y recuerdas el valor que tienen las palabras.

porfinesviernes dijo...

Pues yo ,Modestino en vez de entrar en el Gong,voy al "Gran cafe",que esta al lado ,pero parece que estas en un cafe de Viena...

Modestino dijo...

Ya Driver, mi problema es que no se decir bien ese tipo de cosas, te tienen que salir con soltura y naturalidad para no quedar artificial. Me encantan ese tipo de requiebros.

Modestino dijo...

Es curioso, tiene mucho más atractivo, pero he entrado muy pocas veces y nunca solo. Será que se ve el interior desde fuera ...

Susana dijo...

Yo suelo tomar café siempre sola por las mañanas y la verdad es que agradezco mucho una sonrisa. Un beso.

Pilar Lachén dijo...

Me encanta el bar que hay frente a mi trabajo, lástima que cierra sus puertas por la crisis (como casi todo). Simplemente soy la del café "raro" y eso me gusta.

Modestino dijo...

Hace unas semanas hable de los "bares de cabecera", es una gozada tener un sitio donde eres de la casa.

tomae dijo...

...es que aveces no solo apetece ni un café ni una caña, sino que entras ahí para encontrar alguien amable.

...Y si, cuando reflexiono en este tipo tan especial de gente que está al otro lado del mostrador, pienso también en aquello que buscaba el "patrón" que las contrató...

paterfamilias dijo...

Es cierto, se agradece, y mucho, un trato amable y cordial.