31 de marzo de 2010

La mirada ceñuda



En tu caminar por la vida te cruzas, con cierta frecuencia, con miradas ceñudas; en la calle, en un establecimiento comercial, en la estación del tren, ... te da la impresión de que algunas personas te miran mal, como si les produjeras resquemor, o les cargara enormemente no se sabe si tu aspecto, tu vestimenta o hasta tu sonrisa. No hablo de seriedad, de timidez, ni siquiera de enfado ... hablo de esos ojos que recriminan, que juzgan, que te hacen ver que no haces gracia, que incluso molestas.

Existe la mirada ceñuda del amargado, de esa persona a la que duele más la felicidad ajena que la desgracia propia; ojos pesimistas, negativos, ansiosos de encontrar razones para la queja, para el reproche. Miradas que no entienden los sonidos a veces explosivos del juego infantil, ni el entusiasmo de quien disfruta de un momento especial ni la satisfacción de un encuentro inesperado o un acontecimiento notable.

Y también he visto la mirada ceñuda del perfeccionista, de quien todo lo valora y lo pasa por el tamiz estrecho del rigorismo; en este caso los ojos recriminatorios suelen ir unidos a la incapacidad de entender la condición humana, de comprender que no hay negro sin gris, ni gris sin matices; son los ojos de quien funciona a peñón fijo, al mismo tiempo que su propia mirada le vuelve ciego para ver más allá de sus propias obsesiones.

En el cine han brillado -por decirlo de alguna manera- unas cuantas miradas ceñudas, como la de Judith Anderson en su papel de Mrs. Danvers, la estricta y paranoica ama de llaves de Manderley en la película "Rebeca", una mirada que mezclaba el odio a quien suplía a su idolatrada señora y una indiscutible incapacidad para comprender y ayudar; o la mirada de Conrad Veidt, el Mayor Strasser de la Luftwaffe en "Casablanca", que no soporta escuchar la "Marsellesa" y cuya mirada contrasta con la serena e irónica de Bogart, la dulce y esperanzada de Ingrid Bergman o la pícara de Claude Rains.

Hay muchas actitudes que nos pueden ensuciar la mirada: la envidia del triunfo o la belleza ajenas, el egoísmo que nos encierra únicamente en nuestros problemas, el orgullo de creernos más que otros, la codicia que nos vuelve permanentemente insatisfechos de nuestros logros o la simple estupidez de andar por la vida mirando al resto con visión panorámica. Uno se pone a reflexionar y desearía borrar de su vida las veces en que ha perdido el tiempo utilizando una triste mirada ceñuda.


30 de marzo de 2010

"Babbit", Sinclair Lewis













"Babbit"
Sinclair Lewis
Nórdica. Madrid, (2009)
456 páginas


Sinclair Lewis, Premio Nobel de Literatura 1930, es el autor de algunas de las mejores novelas americanas del siglo xx. Babbitt es posiblemente su mejor trabajo y está considerado como uno de los libros fundamentales para entender la sociedad americana de la primera mitad del siglo pasado. Esta novela, publicada en 1922, es el retrato perfecto de una clase, la middle-class norteamericana, dentro de un marco típico, una ciudad del Medio Oeste. Su publicación provocó mucha polémica por los matices encerrados en la aparentemente simple historia de un típico hombre de negocios, emprendedor, conservador y lleno de contradicciones. Lewis retrata la forma de vida anterior a la Gran Depresión en Estados Unidos, por lo que, aunque hayan pasado más de ochenta años, es una lectura absolutamente actual.

En 1930 Sinclair Lewis se convirtió en el primer escritor estadounidense en lograr el Premio Nobel de literatura; tras leer "Babbit" puedo afirmar que no fue éste uno de los nóbeles gratuitos y políticamente correctos que se dan en algunas ocasiones. El libro ha sido reeditado recientemente por "Nórdica", aunque fue escrito en 1922; no obstante he de reconocer que desconocía absolutamente la existencia de esta novela y de su autor y que mi interés comenzó con una simple lectura de la contraportada en una de mis "paradas" en la "Casa del Libro" de Zaragoza. Posteriormente una serie de críticas positivas me animaron a sacarlo de la Biblioteca y lo he ido alternando con "Angulo de reposo", del que hablé la semana pasada.

El común denominador de las novelas de Lewis es la sátira de la burguesía norteamericana, de su mercantilismo y su religiosidad artificial y supérflua. "Babbit" puede ser la novela más representativa de este modo de escribir y el autor sitúa en el protagonista, George F. Babbit, todos los tópicos del americano medio; la palabra «Babbitt» se utiliza desde entonces de manera habitual para designar al hombre medio norteamericano, con connotaciones tanto positivas como peyorativas.

El personaje de Babbit le sale a Lewis redondo. Ese hombre superficial, ambiciosillo, bonachón y algo frívolo define perfectamente a un ciudadano de un lugar y una época. No obstante, a pesar de que hace casi 90 años que se escribió el libro, lo que nos cuenta Lewis es en su mayor parte perfectamente aplicable a la actualidad; la necesidad de aparentar, la búsqueda de ser políticamente correcto, las ambiciones políticas y sociales, la distancia con los hijos, el enfriamiento matrimonial, la crisis del adulto acomodado ... son situaciones que tal como las describe Sinclair Lewis podrían producirse en nuestro tiempo. La crítica social del escritor tiene plena vigencia hoy en día, y Lewis demuestra su enorme conocimiento de la condición humana. En "la opinión de Málaga" leí una excelente crítica de Alfonso Vázquez que contiene una pregunta que pienso dice mucho: "¿Tan actual es la novela o tan poco hemos cambiado?".

El estilo literario de Lewis aporta, además, el impagable elemento del sentido del humor; la fina ironía, en ocasiones próxima a la crueldad, la elegante ridiculización de determinados personajes y ciertas actitudes, los contrastes llevados hasta la paradoja, ... son recursos literarios que consiguen que la lectura del libro se vaya haciendo deliciosa conforme se avanza en ella. Hay escenas magistrales: el inicio del libro, cuando Babbit se arregla, desayuna y sale camino de su oficina, sus relaciones con los empleados de la Inmobiliaria que dirige -en sociedad con su suegro-, el convite en el que con su esposa Myra reune en su casa a lo más florido de la imaginaria ciudad de Zenith, su escapada a pescar con su amigo Paul Riesling, las reuniones en el club "Athletic" o sus torpes flirtreos amorosos con la una frívola viuda. Toda la novela destila una fuerte crítica de la hipocresía y el afán de prosperidad material, ausente de cualquier interés cultural o trascendente.

En un blog titulado "Lumpen" que contiene una magnífica referencia de esta novela se dice que "Babbit" es antecesor de anti-héroes modernos como Hommer Simpson o Lester Burnham, el sufrido paterfamilias a quien da vida Kevin Spacey en "American Beauty", la película de Sam Mendes que acaparó las estatuillas más importantes de los Oscars de 1999., aunque yo a la crítica latente en "Babbit" le encuentro un fondo más positivo que el del citado film. En otro sentido, también me parece interesante la consideración del citado Alfonso Vázquez de que "'Babbit' es un cruce entre Frank Capra y 'Tiempos Modernos', de Charlie Chaplin, con una carga de profundidad social que pocas novelas han superado".


29 de marzo de 2010

Los negritos del Domingo de Ramos



Ayer, Domingo de Ramos, asistí a la Misa de 10.30 en la Catedral de Huesca; había poca concurrencia, quizá por el cambio de hora, o porque la gente tiende a asistir más cerca del mediodía, aunque me parece que no corren tiempos para que al menos quienes creemos dejemos tan vacías las iglesias. La mañana salió esplendida, todo un tesoro a la vista del invierno que llevamos, y los ramos de olivo y las palmas infantiles aportaban su poco de nostalgia de otros tiempos y de esa dorada época infantil.

Cuando ya estaba ubicado en mi banco, y poco antes de comenzar la ceremonia, se instalaron en el de atrás una familia de raza negra: la madre, una mujer guapísima, con esos pelos rizados tan peculiares que bien llevados dan un encanto especial, con cuatro niños: una mayor, otra de unos 7 un 8 años, un niño de 4 o 5 y un bebé que la madre llevaba en brazos. Y no lo pude evitar, me puse tierno y con esa lotería más bien caprichosa con que tantas veces repartimos nuestro cariño, la familia que iba a permanecer a mis espaldas tres cuartos de hora pasó a engrosar la nómina de mis afectos ... y estuve el resto de la Misa pensando en que llegará el momento de la paz para demostrar a mis vecinos que estaba encantado de dársela.

No obstante, mi simpatía hacia unas personas a quienes no había visto nunca y que posiblemente no volveré a ver, pienso que no ha sido gratuita, sino que el instinto me ha movido a la observación y he notado un espíritu de bondad, serenidad y simpatía en todos ellos; me ha llamado la atención la sencillez con la que los niños se han arrodillado nada más llegar y se han puesto a rezar, la segunda de ellas con las manos juntas, sin complejos ni remilgos; a lo largo de la ceremonia no ha habido más ruidos y movimientos que los normales en unos niños pequeños, pero siempre con un saber estar especial. Y al llegar la paz yo, que estaba solo en mi banco, me he vuelto y he confirmado que mi intuición no fallaba, recibiendo una sonrisa de todos y cada uno de los componentes del clan, de esas que te reconcilian con la humanidad.

Al final, cada mochuelo a su olivo, me fui a tomat un café con unos amigos al Bar "La Plancha", uno de esos lugares típicos, de siempre y allí el placer vino de la compañía y de la conversación, mientras en el pensamiento quedaba el recuerdo de una familia cuya manera de actuar ayuda y mucho, aunque puede que ellos no se den cuenta.


28 de marzo de 2010

Torrada de foie



Es frecuente que lo que aparece como más apetitoso es lo que peor sienta a tu salud; es lo que ocurre con el foie, un manjar excelente, auténtico "bocatto di cardinale". Recuerdo que en mi infancia el foie-gras solía venir en unas pequeñas latas redondas de la marca "Mina" y comerse un bocadillo untado con tal producto no era precisamente una merienda de ricos; pero con el tiempo los productores se han esmerado y el "foie", que no se si es higado de pato, oca o ganso o puede proceder de otros animales, ha pasado a ser "comida cara".

En el "Martín Viejo" de Huesca tomé en una ocasión un solomillo con foie que era una delicia, y estoy seguro que hay unos cuantos lugares más donde bordan igualmente dicho plato; pero uno disfruta más haciendo una excepción a su dieta y metiéndose entre pecho y espalda una "torrada" con un trozito del producto, unida a un buen vino tinto si es posible. El foie si está en su punto se mezcla con un pan bien tostado y crujiente y te puede hacer pasar un rato "brevemente estupendo", y si lo haces invitando a un buen amigo, el placer es doble, pues al del paladar se une el de convidar, el permitir que alguien a quien aprecias disfrute de lo mismo que tú.

En Huesca la mejor tapa de foie que he probado es la que sirven en el Bar "Duquesa", ubicado en la Calle Duquesa Villahermosa, esquina con la calle Artigas; te lo hacen sobre la marcha y hay que esforzarse para usar la tranquilidad necesaria que haga más duradero el momento. En Zaragoza hay dos lugares donde he tomado excelentes "torradas de foie": el "Bodegón Azoque", que se encuentra en la calle Casa Jiménez y el "Bula", un bar de ambiente más bien "pijo" sito en General Sueiro, ya cerca de San Vicente Mártir.

En esta vida hay bastantes acciones más elevadas que tomarse una "torrada de foie", pero esto último es compatible con todas ellas.


27 de marzo de 2010

"Il cuore è uno zingaro", Nicola di Bari (1971)



Hubo una época, hacía 2º de carrera, en que me dio por Nicola di Bari; la verdad es que esos aires de intelectual esmirriadillo es posible que aportara lo suyo, pero por encima de todo su tipo de música: melódica y romanticona, siempre me ha ido mucho. Por esa razón adquirí un recopilatorio, cuya portada encabeza hoy mi post, que contenía un montón de temas bien bonitos. No es fácil escoger uno, pues me gustaban casi todos: " Il giorni dell arcobaleno", una preciosa balada de amor juvenil que ganó San Remo en 1972 y cuya letra escandalizó a los puritanos de la época, "Guitarra suona piu piano", otro tema espectacular, "La prima cosa bella", su primer gran éxito en San Remo, donde obtuvo el segundo puesto en 1970 tras la célebre "Chi no labora, non fa l'amore" de Celentano, "Eternamente", un maravilloso tema de amor con la música de "Candilejas" o "Vagabundo", una gran éxito que dio la vuelta a Hispanoamérica en su época dorada.

Pero he decidido quedarme con "Il cuore e uno zingaro", con la que ganó San Remo en 1971 y que es posiblemente su canción más característica. Además, he de reconocer que me encanta la metáfora, eso de que el corazón es un gitano ... porque pienso que tiene algo de razón: el corazón tiende a ser un poco nómada, algo ladrón, con cierta tendencia al desorden, con capacidad de juerga y, por supuesto, más bien flamenco.



26 de marzo de 2010

Una foto de cine



El pasado domingo leía en el semanal una entrevista con Ernest Borgnine, me pareció francamente divertida e interesante -éste es su enlace: http://abcdesevilla.xlsemanal.com/web/articulo.php?id=53919&id_edicion=5047-; entre las fotografías que incluía el reportaje había una en la que salían una serie de actores rodeando a John Wayne, quien partía una tarta que festejaba sus 40 años dedicado al cine; repasando todos y cada uno de los que salían en esa foto comprobé que conformaban todo un firmamento de estrellas y pensé que podían dar pié a una entrada en este blog en el que uno acaba no sabiendo qué poner. Así, ideé una especie de juego que era pensar en cada uno de estos personajes y traer a la cabeza una de sus películas, no necesariamente la mejor, sino aquella con la que un aficionado poco enterado como yo le identificara más.

El primero que aparece por la izquierda de la foto es Lee Marvin, un habitual en los papeles de duro, con intervenciones tan significativas como "El hombre que mató a Liberty Valance" (1962), de John Ford, "Doce del patíbulo" (1967), de Robert Aldrich, "Infierno en el Pacífico" (1968), de John Boorman y "El emperador del norte" (1973), de Robert Aldrich, pero a quien yo identifico según oigo su nombre con una película mucho menos "heavy", "La leyenda de la ciudad sin nombre" (1969) de Joshua Logan, un musical alegre y colorista en el que cuenta con la compañía del mismísimo Clint Eastwood y la especialísima Jean Seberg. Se trata de un western nada convencional sobre la fiebre del oro. Marvin demostró en este film que también estaba dotado para brillar en la comedia e incluso destaca como cantante al interpretar un par de temas, uno de ellos, "Wand'rin star" que fue un gran éxito popular en la época.

A la izquierda de Marvin está precisamente su compañero de reparto en la película citada, Clint Eastwood, un hombre que ha evolucionado desde la condición de simple actor de films de aventuras a convertirse en uno de los creadores más plurales de Hollywood; "Sin perdón" (1992" y "Million dollar baby" (2004) han sido sus grandes logros, pues en ambos obtuvo Oscars al mejor director y a la mejor película, aunque se le regateara el del mejor actor; "Un mundo perfecto" (1993), "Los puentes de Madison" (1995) y "Gran Torino" (2008) son otras muestras de su categoría. De su vieja época le recuerdo en una de esas películas que de niño te ponían a todas horas: "El desafío de las águilas" (1969) o por los famosos "spaguetti western" de Sergio Leone: "Por un puñado de dólares" (1964), "La muerte tenía un precio" (1965) y "El bueno, el feo y el malo" (1966), aunque no puedo evitar que lo primero que me venga a la cabeza al pensar en este hombre sea su papel de policía duro e implacable en la saga de los "Harry", en una de las cuales aparecían dos fijos de las series americanas de entonces: David Soul ("Starsky y Hutch") y Robert Urich ("Los hombres de Harrelson"). Pero si tengo que elegir una película, me quedo con su papel de policía traumatizado tras en atentado a John Fitzgerald Kénnedy en "En la línea de fuego" (1993), de Wolfgang Petersen una película con la que recuerdo haber disfrutado muchísimo, con un John Malkovich en un gran papel de psicópata.


A continuación viene Rock Hudson, un hombre de quien nunca podré olvidar la definición que escuché de él en una ocasión en boca del inolvidable Alfonso Sánchez: "ya verán ustedes que como actor no es un fenómeno, pero sería un excelente defensa central"; no se si es justo este duro comentario, aunque Hudson hizo películas de nivel, como "Escuadrón hacia la muerte" (1948), de Raoul Walsh, "Winchester 73" (1950), de Anthony Mann, "Su único deseo" (1955), de Jerry Hopper y "Confidencias a medianoche" (1959), de Micahel Gordon; también recuerdo haberle visto en "Los indestructibles" (1969) en el papel de confederado frente al "yankee" John Wayne, aunque en este caso no tengo ninguna duda de encasillar a Hudson en el papel de ranchero tejano que se casa con una sofisticada Elizabeth Taylor y se enfrenta al mismísimo James Dean en "Gigante" (1956), dirigida por George Stevens y que pienso que la primera película "larguísima" que me ha tocado ver y de la que recuerdo que fui a ver pensando que era "una del oeste" y me encontré con un drama más bien sentimental y humano.

Tras Hudson aparece Fred MacMurray, un hombre a quien conocí -cinematográficamente hablando- cuando ya talludito protagonizaba películas de Walt Disney ("Veinte docenas de hijos" (1966), "El más feliz millonario" (1967), ...), pero acabé descubriendo que su capacidad interpretativa iba mucho más allá de las comedias familiares con moralina, habiendo protagonizado films notables como "Recuerdos de una noche" (1940), "Capricho de mujer" (1942) , "No hay tiempo para amar" (1943) y "El motín del Caine" (1954), compartiendo papel protagonista con primeras estrellas como Claudette Colbert, Carole Lombard, Katherine Hepburn, Marlene Dietrich , Rosalind Russel y Kim Novak. De cualquier manera, pienso que su nombre irá seimpre unico al vendedor de seguros que cae en las redes de Barbara Stanwyck y acaba arruinando su vida en "Perdición" (1944), la película en la que Billy Wilder demostró que su arte no se limitaba a las comedias.

En el centro de la foto y como protagonista del acto aparece el insigne John Wayne, un personaje que protagonizó muchas de las películas inolvidables de mi infancia: "Los Indestructibles" (1969), "Chisum" (1970), "Río Lobo" (1970) O "Ladrones de trenes" (1973), que fue el favorito de John Ford: "La diligencia" (1939), "Río grande" (1950), "El hombre tranquilo" (1952), "Centauros del desierto" (1956), que aún hizo un montón de westerns más: "Río bravo" (1959), "La conquista del Oeste" (1962), "El Dorado" (1966), ... e incluso destacó en películas ajenas al mundo de Far West, "Hatari!" (1962), "El día más largo" (1962), "Brannigan" (1974), ... y ganó un Oscar por "Valor de ley" (1969), aunque para mí siempre estará presente su actuación en "El Álamo" (1960), tal vez porque es donde se muestra de manera más espectacular la épica que siempre estuvo presente en todas las historias en las que intervenía John Wayne, además de que en esta ocasión también fue el director y estuvo muy cerca del Oscar por ello.


James Stewart fue otro grande, aunque sus características sean tan distintas a los nombrados hasta ahora; Stewart tiene un repertorio extensísimo, y brilló en todo tipo de películas, así su papel fue tan brillante en comedias como "Vive como quieras" (1938), "Historias de Filadelfia" (1941), por la que ganó un Oscar o "Me enamoré de una bruja" (1958), westerns como "Flecha rota" (1950), "Horizontes lejanos" (1952) o "El hombre de Laramie" (1955), joyas de Hitchcock como "La ventana indiscreta" (1954) o "Vértigo" (1958) o dramas como "Anatomía de un asesinato" (1959), una de las películas más redondas de Preminger. Pero, por encima de todo, James Stewart siempre se presentará en mi imaginación como el inimitable George Bailey de "¡Qué bello es vivir" (1946), un personaje que logra que siempre haya visto a Jimmy Stewart como un hombre entrañable; la inolvidable película de Frank Capra inmortalizó sin ningún género de duda a Stewart como el hombre que a todos nos cae bien.

Me enteré por vez primera de la existencia de Ernest Borgnine cuando le vi interpretar el papel de policía casado con una ex-prostituta (Stella Stevens) que viaja en el barco siniestrado de "La aventura del Poseidón", un papel de individuo de carácter y mal hablado que le iba como anillo al dedo; pero está claro que no fue ésta la actuación de su vida, pues la capacidad interpretativa de Borgnine va mucho más allá de las películas taquilleras de catástrofes tan en boga al estrenarse la citada, de manera que le vimos como homicida de Sinatra en "De aquí a la eternidad" (1953), junto a Joan Crawford en "Johnny Guitar" (1954), en el largo elenco de duros -Lee Marvin, Charles Bronson, Telly Savalas, George Kénnedy, ...-de "Doce del patíbulo" (1967), trabajando con Sam Peckinpah en "Grupo salvaje" (1969) o en un breve papel de centurión en "Jesús de Nazaret" (1977), películas que son solamente una muestra de la larguísima carrera de un actor que ahora tiene unos espléndidos 93 años y que en la entrevista citada asegura que le quedan aún veinte más. No obstante, el nombre de Ernest Borgnine tiene que ir necesariamente unido al de "Marty" (1955), la película de Delbert Mann con la que obtuvo el Oscar al mejor actor en un papel de carnicero torpe y tímido muy distinto al de hombre duro en que se le suele encasillar y que demuestra que los grandes actores son capaces de adaptarse a cualquier papel.

Michael Caine al tiempo de la foto era un excelente actor británico, al cabo de los años y cumplida la primera década del Siglo XXI, Caine es ya una leyenda viva del cine, con dos Oscars al mejor actor de reparto (Hannah y sus hermanos" (1986) y "Las normas de la casa de la sidra" (1999), amen de cuatro nominaciones más como actor principal; "Alfie" (1966), "El hombre que quiso reinar" (1975), "Ha llegado el águila" (1976), "Evasión o victoria" (1981), "Educando a Rita" (1983), "El americano impasible" (2002) y "El truco final" (2006) son otros films donde Caine demuestra su enorme nivel interpretativo. De cualquier manera, aquí sí que no tengo ninguna duda de que la película que va asociada inseparablemente a Michael Caine es "La Huella" (1972), dirigida por Joseph Mankiewicz y donde el actor nacido en Londres está a la enorme altura del mismísimo Lawrence Olivier; en este film Caine interpreta a Milo Tindle, un peluquero que es amante de la esposa de Olivier, quien pone cara y ojos a Andrew Wyke, un escritor de novelas de misterio. En 2007 Kenneth Branagh dirigió un remake en la que curiosamente Michael Caine hacía el papel que había hecho Olivier, mientras el que le había tocado en 1972 corrió a cargo de Jude Law.

El último actor que aparece en la foto es Lawrence Harvey, el menos conocido para mí, imagino que debido a una muerte prematura que le impidió tener una larga carrera; Harvey, también británico, aunque de origen lituano, tuvo papeles destacados en "Una mujer marcada" (1960), con la que Elizabeth Taylor obtuvo uno de sus dos Oscars a la mejor actriz, "El Álamo" (1960), en la que le acompañaban en el reparto una pareja del nivel de John Wayne y Richard Widmark, "La gata negra" (1962), junto a Jane Fonda, Anne Baxter y Barbara Stanwyck y "Darling" (1965), el film de Anthony Mann con el que Julie Christie obtuvo el Oscar a la mejor actriz y en la que aparecía otros inglés de nivel: Dirk Bogarde. Entre todas sus películas, pienso que la que le coloca en un lugar más elevado de la gloria es "Un lugar en la cumbre" (1959), de Jack Clayton, en la que borda el papel de Joe Lampton, un joven con una ambición sin límites; por esta película, donde tuvo como compañera de reparto a Simone Signoret, Harvey estuvo nominado al Oscar al mejor actor, que ese año estaba reservado para Charlton Heston por su papel en "Ben-Hur".



25 de marzo de 2010

Arco Iris



Ayer tocaba jornada zaragozana; venía un "jefe-jefón" de Madrid y tuvimos sesión continúa: conferencia, reunión y comida, esta última en la Cafetería "Canfranc", donde por cierto están de semana griega y nos ofrecieron un menú "ad hoc" que estaba sorprendentemente bueno. A la salida comenzó a llover copiosamente en la capital de Aragón, ese tipo de lluvia compatible con el sol que consigue que veas caer perfectamente el agua, abundante, y se cree en la calle un ambiente refrescante y hasta luminoso.

Me recogió el coche en la Plaza Paraíso y ya de regreso hacia Huesca me dí cuenta de qué había salido el Arco Iris; me encantó ese momento, no se si porque el día estaba siendo aburrido y poco fructífero, porque hacía tiempo que no lo veía, o simplemente porque uno necesita de esos momentos tan simplones como emotivos, que posiblemente tengan tanto de poéticos como de cursis pero que frecuentemente nos vienen tan bien y despojan el alma de las miasmas que aporta la rutina, las frustraciones y el cansancio.

He recordado mi infancia, cuando un acontecimiento que ahora nos suele pasar desapercibido como la salida del Arco Iris, tenía tanto de especial, de mágico, de maravilloso; es cierto que es la época de la ingenuidad, de las ilusiones pequeñas, de las velas en la tarta, de las cartas a los Reyes Magos, que ahora ya nos hemos dado de bruces con la cruda realidad en demasiadas ocasiones, que posiblemente no tenemos ni tiempo ni ganas de emocionarnos con los fenómenos de la naturaleza ... Pero de vez en cuando me parece que nos conviene invertir un poco en estos ratos perdidos en los que somos capaces de recuperar el frescor de darle cabida a la ilusión ante algo tan sencillo.


24 de marzo de 2010

"Angulo de reposo", Wallace Stegner













"Angulo de reposo"
Wallace Stegner
Libros del Asteroide. Barcelona (2009)
712 páginas



Sinopsis.El historiador Lyman Ward, ya retirado de sus tareas docentes, se propone investigar la memorable historia de sus abuelos: una pareja de la alta sociedad de la costa Este que en la segunda mitad del siglo XIX abandona el lugar en el que ambos habían crecido para instalarse en California, cuando este era un territorio aún por civilizar. Conforme va profundizando en los recuerdos de su familia, Lyman Ward se da cuenta de la intensidad con la que el pasado ayuda a iluminar y comprender el presente. Basada en la correspondencia de una autora e ilustradora norteamericana, Mary Hallock Foote, una de las primeras artistas en ocuparse de la vida en el Oeste americano, Ángulo de reposo retrata el esfuerzo que tuvieron que hacer las gentes del Viejo Mundo para enfrentarse a una nueva realidad geográfica, histórica y humana.

Tras dedicar casi cinco semanas a esta novela con la que Stegner consiguió el premio "Pulitzer", hay una cosa que tengo bien clara: he leído un libro formidable, excepcional. Además, pienso que he cometido el error de sacar el volumen de la Biblioteca pública, pues por un lado, se trata de un libro que vale la pena tener en casa y, por otro, cuando uno tiene que realizar su lectura con la amenaza permanente de cumplirse el plazo de préstamo tiene necesariamente que acelerar y es ésta una obra que vale la pena ir saboreando con calma, sin esas precipitaciones que corren el peligro de reducir la capacidad de absorber lo mucho que contiene la novela.

"Ángulo de reposo" contiene dos narraciones paralelas y complementarias, pues quien habla en primera persona es Lyman Ward que nos relata su actual situación: inválido por haberle sido amputada una pierna y abandonado por su esposa, mientras que a la vez -y de manera principal- relata la historia de sus abuelos, que investiga a través de sus propios recuerdos infantiles y de las cartas escritas por su abuela a su amiga Augusta Hudson. Estas dos historias llevan además a Stegner a poner un contrapunto entre dos épocas, comparando la historia de amor y abnegación de sus abuelos frente a su actual situación de desamparo y ruina familiar.

Salta a la vista que la parte principal del libro se la llevan las vidas de Oliver Ward, un abnegado ingeniero de minas que marcha al oeste a finales del siglo XIX con la esperanza de prosperar y su esposa, Susan Burling Ward, una excelente pintora y escritora que sacrifica su mundo elegante y civilizado del Este para acompañar a su marido en aventura profesional. Los distintos capítulos narran cada una de las etapas a las que la búsqueda del "Dorado" profesional lleva al matrimonio Ward: New Almaden, Santa Cruz, Leadville, Méjico, el Cañón de Boise, ... lugares donde siempre asoma la luz de la esperanza y se termina con la decepción y el fracaso. Pero a pesar de ello, no estamos ante un libro negativo, pues el autor no deja de poner en alza el carácter épico de la vida de los Ward, así como por encima de todo lo que destacaba era el amor y el apoyo mutuo de Oliver y Susan.

El libro se convierte en una enumeración de planes, esperanzas y frustraciones que se narran con detalle, enriqueciendo el relato con abundanten descripciones de lugares, paisajes y personas. El ambiente duro y primitivo de los hombres del Oeste, su condición de seres primarios, ausentes de la distinción y la cultura del mundo de donde proceden los protagonistas va forjando la vida de ambos, especialmente la de Susan, una mujer que se sabe adaptar a un mundo hostil y carente de todo refinamiento. Las dudas, la tentación de la infidelidad y el drama familiar también tienen su sitio en este magnífico libro.

No me resisto a dejar de reflejar una descripción contenida en el libro que define muy bien cómo eran sus personajes principales: "Como practicante de la mirada oblícua sé que el abuelo trataba de hacer, mediante la iniciativa personal y con los recursos financieros de una sociedad anónima pequeña y combativa, lo que sólo en
última instancia el inmenso poder del gobierno federal resulto capaz de hacer. Eso no significa que fuera tonto o estuviera equivocado. Sólo era prematuro. Su reloj tenía puesta la hora de los pioneros. Acudía a trenes que todavía no habían llegado, esperaba en andenes aún no construidos, junto a las vías todavía sin tender. Como muchos otros pioneros del Oeste, había oído sonar el reloj de la historia pero había contado mal las campanadas. La esperanza siempre iba por delante de los hechos, lo posible oscurecía los contornos de la realidad".


En ocasiones la lectura corre el peligro de hacerse premiosa, fundamentalmente porque Stegner no nos cuenta aventuras, sino vivencias, pero vale la pena aguantar el estirón y perseverar en un libro que vale la pena, sin ninguna duda.


23 de marzo de 2010

Don Quijote y la libertad



"La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vida".

(Miguel de Cervantes)


Bonita esta frase del Quijote, aunque el concepto de la libertad es tan amplio y, a la vez, tan complicado, que uno se puede hacer un lío si pretende entrar en disquisiciones sobre el tema. Y es que tal vez lo primero que tendríamos que empezar por considerar es que no todo el mundo entiende lo mismo por libertad. cabría hacer un concurso a ver quien ha utilizado esta palabra de manera más gratuita, con aires y planteamientos más demagógicos.

Muchas veces hemos oído hablar de las cosas que condicionan nuestra libertad; es cierto que las hay, y que los derechos de los demás, el vivir de acuerdo con nuestras convicciones, el respeto al vecino y nuestras obligaciones profesionales y personales son con frecuencia puntos de límite de esa libertad, y hay que aceptarlo y asumirlo así. Lo que pasa es que esa realidad corre el peligro de convertirse en excusa para justificar, bien una especie de resignación que no es buena, es decir la asunción de que hay obstáculos unida al miedo a combatirlos, bien en argumento para cerrar puertas al ejercicio de esa libertad, o lo que es lo mismo, el no siempre sutil recurso de esgrimir situaciones, obligaciones o compromisos como cortapisa lógica a nuestra condición de seres libres.

La libertad tiene mucho que ver con el "porque quiero", así de sencillo, lo que pasa es que antes hay que formar hombre y mujeres que sepan elegir, que sepan respetar y, en definitiva, que tengan sabiduría para administrar bien ese "porque quiero". Hemos escuchado muchas veces que la libertad de uno termina donde empieza la del otro: por supuesto¡¡¡, pero asumiendo que esa libertad del otro es algo que valoramos y apreciamos, no que nos carga; aquí es donde podríamos comenzar a hablar de amor, de amistad verdadera, de cariño mutuo.

Ejercitar la libertad tiene supone querer hacer lo que haces; aquí surge la importancia de dos conceptos: el de madurez y el de conciencia bien formada; la madurez se adquiere poco a poco, .... aunque hay quien no la consigue nunca. Uno madura aprendiendo de la experiencia, que incluye la que producen los errores y los fracasos, y se llega a la situación, envidiable desde mi punto de vista, de quien sabe muy bien lo que tiene que hacer y actúa, importándole un pimiento lo políticamente correcto. En cuanto a la conciencia, es evidentemente necesario formarla desde pequeños, enseñar a distinguir el bien del mal, pero esto no puede significar construir personas incapaces de decidir por sí mismas, ni convertir las convicciones, las creencias, en larguísimos reglamentos. Porque tanta pena dan esos jóvenes sin conciencia que uno contempla todos los días como esas personas que parece que tienen un aparatito con tres botones y si hay algo que no funciona apretando uno de ellos entran en cortocircuito.

Existen también los que piensan que tienen el monopolio de la libertad, quienes asumen, sin que nadie se lo haya pedido, la condición de abanderado del mundo libre, como si dirigieran una especie de "consulting" que legitima y acrisola lo que responde a rasgos de liberalidad y lo distingue de lo pernicioso. Y lo que es peor, entienden que fuera de ellos, de su mundo de Marlboro, de sus cuatro esquinas de la progresía, no hay nada que rascar, solamente existe lo que ellos llaman la "caverna", la desolación. Pero no es cierto, porque ser libre no tiene que ver ni con siglas, ni con lemas ni con escudos.

Ser libre tiene mucho más que ver con mirar a la cara, estar dispuesto a defender tus convicciones contra viento y marea, a la vez que sin ofender a nadie, importarte una higa la opinión de cualquier "validador" de actitudes; ser libre es asumir las consecuencias de lo que haces, sin miedo a rectificar de ser necesario, pero a la vez siendo firme en las decisiones y cargando con las culpas si la cosa sale mal. Sentirse libre exige estar convencido de lo que quieres, de lo que amas y deseas y de lo que buscas; cuando lo tienes bien claro ya puede haber enemigos, censores o rivales, porque la libertad consigue que nos los saltemos todos a la vez.

22 de marzo de 2010

"El golpe" (1973)

SINOPSIS Chicago, años treinta. Redford y Newman son dos timadores que deciden vengar la muerte de un viejo y querido colega del gremio a manos del más poderoso gángster de la ciudad. Para ello urdirán un ingenioso y complicado plan con la ayuda de todos sus amigos y conocidos.

Si me preguntaran cuál es la película con la que más he disfrutado, es seguro que tendría alguna duda -¡buena señal!-, pero pienso que al final me acabaría decidiendo por "El golpe", dirigida por George Roy Hill en 1973 y que obtuvo siete de os diez Oscars para los que estaba nominada, entre ellos tres de los grandes: a la mejor película, a la mejor dirección y al mejor guión original. Evidentemente, la primera razón del éxito de "El golpe" hay que encontrarla en su calidad, es un film bien hecho y eso suele ser premisa de éxito; pero me parece que hay más razones: la trama está bien relatada, el reparto es de primer nivel, la ambientación resulta admirable y se explica una historia interesante que sucede durante una época apasionante. La película contiene, además, un poco de todo: acción, intriga, un toque sensacional de humor ... y al final ganan los buenos, o cuando menos, los simpáticos.

El director del film fue George Roy Hill, un hombre con un palmarés más bien corto, que destacó especialmente en esos años 70 a los que nos hemos venido refiriendo ultimamente y que si tenemos en cuenta que tres años antes dirigió "Dos hombres y un destino" (1969), con la misma pareja protagonista de "El golpe", podremos llegar a la conclusión que cuando falleció en Nueva York el 27 de diciembre de 2002 a la edad de 81 años, que se fue al otro mundo habiendo cumplido sobradamente con su profesión cinematográfica. Roy Hill ya había destacado en 1966 con "Hawai", una superproducción de excelente calidad, protagonizada por Richard Harris, Julie Andrews y Max Von Sydow; tras "El golpe" destacan "El carnaval de las águilas" (1975), otra vez con Robert Redford, al que se une estab vez Susan Sarandon, "El castañazo" (1977), donde quien repite es Newman y El mundo según Garp" (1982), sobre la novela de John Irving, dirigiendo con estilo a Robin Williams y Glenn Close, entre otros.

Ya queda dicho que buena parte del éxito de la película hay que encontrarla en la pareja protagonista; Paul Newman y Robert Redford son dos auténticos monstruos de la pantalla y en sus papeles de Henry "Shaw" Gondorff y Johnny "Kelly" Hooker están inmensos; Newman borda el papel de veterano buscavidas venido a menos, mientras Redford se mete del todo en el personaje de novato y pardillo estafador. Ambos demostraron la excelente química que emana de ellos cuando actúan juntos, no obstante Paul Newman, que tiene nueve nominaciones en su currículum, no fue esta vez candidato al Oscar, mientras que a Redford, que sí lo fue, le ganó la partida Jack Lemmon por su trabajo en "Salvad al tigre".

Pero no estuvo por debajo de los dos divos el inigualable Robert Shaw, un actor peculiar, que también escribía novelas de intriga y que estuvo sensacional como Doyle Lonnegan, un boyante gangster con tanta maldad como aires de nuevo rico. A Shaw, que moriría prematuramente a los 51 años de un ataque al corazón el 28 de agosto de 1978 en Tourmakeady (Irlanda) mientras rodaba su última película, "Avalanche Express", le recuerdo en otros dos papeles excelentes: el Mister Brown de "Pelham uno, dos, tres" (1974) y el del veterano pescador Quint del "Tiburon" (1975) de Steven Spielberg, aunque también fue capaz de adaptarse a papeles muy distintos, como el de Lord Randolph Churchill de "El joven Winston" (1972), dirigida por Richard Attenborough. Buen trabajo también de Charles Durning, quien al año siguiente intervendría en otra comedia excepcional, "Primera plana", de Billy Wilder, Ray Walston, Eileen Brennan, a quien también recuerdo de secretaria y amante de Peter Falk en "Un cadáver a los postres" (1976) y Harold Gould, que también aparecería en "Primera plana" en el papel de alcalde corrupto.

Hay otras dos cuestiones que que me gustaría resaltar, una la excelente música ragtime de Scott Joplin, adaptada en esta ocasión por Marvin Hamlisch, que obtuvo el Oscar a la mejor banda sonora adaptada, amen de haber ganado ese mismo año los Oscar a la mejor banda sonora original y a la mejor canción por "Tal como éramos", la excelente película de Sidney Pollack que protagonizaron el propio Robert Redford y Barbra Stresiand (con perdón); la música es completamente adecuada a la ambientación conjunta de la película y es un aliciente más de la película. La otra cuestión es el vestuario, unn trabajo magnífico de Edith Head que consigue dar aún mayor credibilidad a la atmósfera de la película.

La película tiene escenas memorables, entre las que destacaría la partida de cartas en el tren, con un Newman excepcional, las ficticias apuestas de carreras de caballos con las que manejan a Lónnegan y la escena final, convertida por méritos propios en uno de los momentos míticos de la historia del cine, sin olvidar la escena en la que Robert Redford se enfrenta al peligroso asesino Solino, que al final resulta ser alguien bien diferente a quien te habís imaginado.






21 de marzo de 2010

"Eu Daria Minha Vida", Martinha (1968)



En los inicios de los 70 se oía esta canción triste, sentimentalona, dulce, melancólica, ... en ella se hablaba de amor, como tantas veces, de un amor aparentemente desgraciado, pero conforme avanzaba la interpretación quien cantaba parecía recobrar la esperanza, y si al principio daba su vida por no volver a encontrarse con la persona amada, al final ese mismo ofrecimiento se hacía por el reencuentro. El tema lo interpretaba el gran Roberto Carlos, que ya apareció por estos lares con su gato triste y azul, pero quien la había compuesto era Martha Vieira Figueiredo Cunha, una brasileña de Bello Horizonte a quien se conocía como Martinha.

Martinha fue apodada por el propio Roberto Carlos con el sobrenombre de "Queijinho de Minas" y cantaba con buen gusto y con dulzura; con la misma dulzura que trasluce "Eu daría minha vida":

Hoy daría yo la vida por no verte más,
te lo juro por mi vida, quiero ya olvidar.
Hoy daría yo la vida por no verte más
te lo juro por mi vida quiero ya olvidar.

Yo no sé más nada, sólo amar y estar contigo,
y por más que intento olvidar, no lo consigo.
Hoy daría yo la vida por no verte más,
te lo juro por mi vida, quiero ya olvidar.

Digo al mundo entero, nunca más veré
aquellos ojos tristes que yo tanto amé.
Pero late en mí un corazón enamorado
que habla siempre así.

Hoy daría yo la vida por tu amor de ayer,
hoy daría yo la vida por volverte a ver.


20 de marzo de 2010

Precisión jurisprudencial



Dos magistrados del Tribunal Supremo se encuentran frente a frente en la puerta del Hotel Palace. Curiosamente, cada uno marcha del brazo de la mujer del otro.

El que está saliendo le dice al otro:

- A la vista de esta situación tan peculiar en la que nos encontramos, pienso que lo CORRECTO, es que cada uno se vaya con su mujer, en su coche, a su casa ¿no cree?

El otro le contesta:

- Estoy de acuerdo con usted en que eso seria lo CORRECTO, pero no creo que fuera lo JUSTO, porque usted está saliendo del hotel y yo estoy entrando.




19 de marzo de 2010

Adios a Jim Phelps



El pasado domingo el actor Peter Graves falleció en Los Ángeles a consecuencia de un ataque al corazón; el actor, que había nacido en Minneapolis (Minnesota), habría cumplido ayer la edad de 84 años. Posiblemente muchos no conozcan quien es este hombre de ojos azules y aires de zorro plateado, pero en nuestra histórica tele de los 60 encarnó a Jim Phelps, el lider del grupo protagonista de la mítica serie "Misión Imposible", un título que a los más jóvenes les recordará la serie de tres películas dirigidas por Brian de Palma y protagonizadas en los últimos años por Tom Cruise, pero que a los de mi generación -y alguna más- nos retroatrae a aquella serie que siempre comenzaba con la audiencia de las instrucciones en una cinta que "se autodestruía" a los pocos segundos mientras provocaba una nube de humo. Eran unos años en las que las series inglesas y americanas causaban impacto: "El santo", "El fugitivo", "Los intocables"; "El agente de CIPOL", ... y "Misión imposible" estuvo a la altura. Su interpretación de Phelps valió a Graves el Globo de Oro en 1971 como mejor actor dramático de televisión; así como dos nominaciones más en la misma categoría, en 1969 y 1970, y una a los premios Emmy de 1969.

El elenco de actores fijos de la serie fue cambiando con los años, si bien en mi recuerdo, junto a Graves, quedan dos actores por encima de todo: Barbara Bain, que interpretaba a la guapa de turno, y que ganó tres Premios Emmy a la Mejor Actriz Protagonista en una serie dramática por su papel de Cinamon Carter en la serie y cuya carrera profesional se centró casi exclusivamente en la televisión; el otro actor destacado era por entonces el marido de la Bain, Martin Lándau, uno de los mejores secundarios del cine mundial durante décadas, quien interpretaba a Rollin Hand, especialista en suplantar personalidades; a Landau le recuerdo de modo especial como el siniestro sicario de James Mason en "Con la muerte en los talones" (1959), de Alfred Hitchcock, aunque llegó a la cima profesional en 1994, cuando ganó el Oscar al mejor actor de reparto por su trabajo en "Ed Wood", de Tim Burton, premio al que ya había estado nominado en 1988 por "Tucker, el hombre y su sueño", de Francis Ford Coppola y en 1989 por "Delitos y faltas", de Woody Allen: el nombre de los tres últimos directores citados nos ofrece luces sobre la enorme versatilidad de Landau. El actor de color Greg Morris hacía el papel de Barney Collier, un experto en cualquier tecnología, mientras que Peter Lupus interpretaba a Willy Armitage, un auténtico "musculitos" que desempeñaba los trabajos que exigían fuerza.

Peter Graves no tuvo una carrera cinematográfica brillante, pero tuvo papeles importantes en películas de cierta importancia como "Infierno 17" (1953), dirigida por Billy Wilder, en la que William Holden encabeza el reparto y Otto Preminger interviene como actor, "La noche del cazador" (1955), de Charles Laughton, protagonizada por dos auténticos monstruos del celuloide como Robert Mitchum y Shelley Winters, "A Rage to Live" (1965), de Walter Grauman, "Desafío en el rancho" (1967), de Andrew V. McLaglen, donde desempeña el papel estelar junto a Doris Day y "House on Haunted Hill" (1999), de William Malone. No obstante, sus papeles más conocidos son los de piloto de "Aterriza como puedas" (1980), la hilarante película dirigida por Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker, que tuvo una segunda parte en 1982 dirigida por Ken Finkleman y con Graves de nuevo en el reparto; dicho film son una sátira de la serie "Aeropuerto"; curiosamente el propio Peter Graves había intervenido en una película de televisión titulada "Aeropuerto 78", en la que aparecían otros héroes televisivos como Lorne Greene (Ben Cartwright, de "Bonanza"), Doug McClure (Trampas en "El virginiano") y Barbara Anderson (Eve Withfield en "Ironside").

Buscando en google uno encuentra las fotos recientes de Graves, una imágenes en las que el actor aparece mayor y "arrugado", pero conservando ese abundante pelo blanco que tanto resaltaba cuando nuestros héroes de "Misión Imposible" salían adelante contra viento y marea semana tras semana.




18 de marzo de 2010

Esas vidrieras!!!!!



Estos días he descubierto cual era una de mis desgracias personales: haber tardado más de 50 años en conocer el interior de la Catedral de León; ya de pequeño aprendí que en materia de catedrales las dos grandes joyas que tenemos en España son las de Burgos y León, pero así como había comprobado "in situ" hace ya tiempo la verdad de esa afirmación respecto a la sede burgalesa, solamente había tenido ocasión de ver la de León por fuera y deprisa. He estado de domingo por la tarde a martes por la mañana en dicha capital y he podido enmendar a tiempo semejante déficit.

La verdad es que no soy capaz de describir una marco que solamente se puede valorar en su totalidad viéndolo en vivo y en directo; pienso que entrar en la Catedral de León y poder contemplar y disfrutar de esa maravilla de luz y color tiene que tener mucho que ver con lo que puede ser entrar en el mismo cielo. Y es que a la belleza, a la grandiosidad y al equilibrio se añaden la serenidad ambiental, la paz interior que invade tu alma según te enfrentas con lo que tus ojos contemplan y la sensación, casi la seguridad, de que allí mismo se palpa algo que trasciende, que uno entra en contacto directo con la divinidad.

El arte no tiene ni tiempo ni fronteras; cualquier persona medianamente "viajada" te puede describir manifestaciones espléndidas de la capacidad creadora de los hombres: el Museo del Louvre, la Muralla china, las pirámides de Egipto, la Torre Effiel, el Coliseo o el Partenon son lugares donde se extasian los cinco sentidos, pero tal vez sean las catedrales donde se pone de manifiesto como en ningún otro sitio la grandeza de las obras de los hombres, fundamentalmente en tanto en cuanto la grandiosidad de una catedral no es más que el fruto del deseo humano de dar gloria a Dios, la búsqueda de dar forma sensible el culto al Creador y con ello hacer más cercano lo divino a nuestros sentidos. Entrando en el recinto de la "pilchra leonina" uno se transporta a tiempos pasados, se identifica con el afán de quienes la construyeron de elevar un edificio que nos acerque a Dios y fortalece su necesidad de rezar.

En León hay otras cosas que justifican una visita: San Isidoro, con su Panteón de los Reyes, la llamada "Capilla Sixtina del románico", la casa Botines, el Barrio Húmedo, .... pero todo queda en segundo lugar ante el éxtasis de esas vidrieras y ya habrá tiempo otro día de hablar del resto.




17 de marzo de 2010

"Fiebre en las gradas", Nick Hornby












"Fiebre en las gradas"
Nick Hornby
Anagrama. Barcelona (2008)
352 páginas



Sinopsis: Éste es el relato autobiográfico de la tumultuosa relación del autor con el fútbol y con su equipo, el Arsenal londinense. Con un entusiasmo contagioso y su característica ironía, Hornby nos cuenta lo que ocurre cuando uno deja que el fútbol dé contenido a unos cuantos huecos que deberían haber estado ocupados por otras cuestiones. Este adicto al fútbol rechaza invitaciones a bodas porque ese día el Arsenal juega en casa, o asocia su primera gran ruptura amorosa a la pérdida de un jugador emblemático. Hornby se interroga aquí sobre la esencia de esta obsesión y describe con humor en qué consiste verdaderamente ser hincha de un equipo.

Este libro fue el regalo de cumpleaños de un buen amigo, conocido de esta casa, y tengo muy claro que cuando eligió "Fiebre en las gradas" para homenajear mi aniversario sabía muy bien que estaba dando en el clavo, que no iba a fallar. Efectivamente, durante unos cuantos meses he ido saboreando poco a poco las hojas escritas por este homónimo mío de Highbury y solamente puedo decir que página tras página me he ido sintiendo plenamente identificado con el autor, nunca pensé hasta que punto mis vivencias y sensaciones de "hincha impenitente y desbocado" podían ser descritas con tanto acierto.

"Fiebre en las gradas" no es un libro sobre acontecimientos futbolísticos, no es ni de lejos, una historia del Arsenal, aunque vayan apareciendo hechos históricos como las tragedias de Heysel, en Bruselas y Hillsborough, en Sheffield, o los distintos títulos ganados por el Arsenal y aparezcan los nombres míticos del Arsenal de la época, como Charlie George, Iam Brady, Charlie Nicholas o Paul Merson; el libro es casi un estudio filosófico de lo que es un hincha de fútbol, de toda la irracionalidad y la pasión que entraña el seguir a un club de fútbol; esa fidelidad que lleva al tormento y al éxtasis y de la que en los momentos de lucidez uno se avergüenza.

El autor va repasando diversos partidos del Arsenal, posiblemente el más popular equipo de Londres, desde que por los años 70 comenzara de niño a seguirlo hasta 1992, fecha de la primera edición del libro y va relatando sus recuerdos a raíz de dichos encuentros; de esta manera pone en relación la Guerra del Golfo con el partido que se disputaba cuando se anunció, o valora determinado encuentro con la semana en que dejó de fumar; especialmente sugerentes son los episodios en que narra como el fútbol condiciona su vida: tiene que tener un trabajo que le permita acudir a todos los encuentros de casa -asegura que solamente se ha perdido 2 o 3 en veinte años-, de la misma manera que sus amigos fijaban las fechas de bodas y bautizos condicionados por el calendario del Arsenal; pero también sus relaciones personales se ven afectadas por su pasión, siendo hilarante cuando narra como el día que acudió por vez primera con su novia a un partido, ésta se desmayó y el dejó que una amiga le acompañara a la enfermería y siguió el encuentro, que estaba en empate, pues le agobiaba más el resultado final que la salud de su chica: sensación de la que luego el hombre se acababa avergonzando.

Hay quien dice que "Fiebre en las gradas" es el mejor libro sobre fútbol que se ha escrito jamás; es magnífico cómo el autor profundiza en el cerebro del aficionado al balompié, haciéndolo con tanto rigor como sentido del humor. Francamente acertado está Hornby cuando define al fútbol como "el gran retardante", pues el forofo prolonga su niñez: “Mientras se disputa un partido de fútbol, soy un crío de once años”. Magnífico el relato de la victoria del Arsenal en la Liga con un gol de Thomas en el último minuto del último partido, jugado frente al Liverpool en el mismísimo Anfield Road, resaltando la especial sensación de ese momento irrepetible e inesperado que supone una victoria en los extertores de un match. Muy acertado también Hornby cuando relata con espíritu crítico y ecuanimidad el fanatismo de los hooligans y los incidentes más o menos graves que ha ido presenciando en los campos de fútbol a lo largo de los años.

Un libro que recomiendo a todos el que sea aficionado al fútbol y a unos cuantos más que no lo sean; decía un conocido mío que "el fútbol no es lo más importante de mi vida, pero forma parte de mi vida" ... lo suscribo, no lo puedo evitar. Le pongo una única objección al libro de Hornby: sus vivencias las cierra en 1992, por lo que no pudo hablar de sus sensaciones esa noche de mayo en el parque de los Príncipes, tres años después, cuando David Seaman vio, horrorizado, cómo volaba sobre el cielo de París el obús de Nayim que marcó el momento más glorioso de la historia de mi equipo.


16 de marzo de 2010

"Los cipreses creen en Dios", José María Gironella















Leí hace muchos años este libro; recuerdo que fue al poco de llegar a Cataluña (curso 1977-78) y lo hice de un tirón, me pareció una maravilla y tengo intención de volver a leerlo. Como todo el mundo sabe, es el primero de una trilogía, aunque debo de reconocer que en el segundo "Un millón de muertos" tiré la toalla hacia la mitad y el tercero, "Ha estallado la paz" ni lo comenzé, aunque creo que debería rectificar y cerrar la serie, aunque todo el mundo parezca coincidir en que el rpimero está muy por encima del resto.

El libro, de claro signo autobiográfico, narra la vida en Girona durante los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, con lo que tiene un importante y sólido carácter histórico; Gironella a través de unos personajes formidablemente trazados, va definiendo perfectamente cada sector de la sociedad de la época, una sociedad dividida, enfrentada irremediablemente. Así van apareciendo el militar que conspira, los miembros de la Lliga catalana, un partido que aglomeraba a la burguesía catalana, perfectamente descrita por Gironella con sus pros y sus contras, la familia protagonista, los Alvear, formada por un matrimonio y tres hijos, claros representantes de la gente de orden de la época, con hijos en el eminario y apuros a final de mes, el miembro del partido comunista, Cosme Vila, un oficinista oscuro y retorcido, el líder anarquista, ... todo ello relatado bajo el prisma de Ignacio, el protagonista del libro y que todo hace indicar que es el propio José María Gironella.

En tiempos en que se habla mucho de la memoria histórica, me parece que no está de más desempolvar libros como éste, en los que al autor, desde mi punto de vista, nos muestra una visión imparcial; Gironella no toma partido, sino que se limita a contar hechos, a describir ambientes a dar vida a sus personajes, cada uno con sus claroscuros, sin que todo sea blanco o negro, con todos los matices necesarios, buscando en cada uno las razones que le mueven a actuar de una manera u otra.

http://www.elmundo.es/elmundolibro/2001/08/01/anticuario/996603038.html