14 de junio de 2008

Comenzó la EXPO de Zaragoza



Ayer tuve la suerte de asistir a la inauguración de la Expo de Zaragoza; aunque estuve entre la mayoría que se tuvo que conformar con contemplar los actos desde el anfiteatro y a través de una pantalla de televisión, no cometeré la torpeza, casi la ruindad, de quejarme por ello pues el simple hecho de asistir en directo a un momento histórico lo considero un auténtico privilegio.

A pesar de que llevo más de treinta años fuera de la ciudad donde nací, siempre me he considerado zaragozano por los cuatro costados y la flamante realidad de esta Exposición me hace sentirme orgulloso y me llena de satisfacción. No comparto la actitud de quienes siempre parecen encontrar razones para la crítica; entiendo que puede haber cuestiones mejorables y hasta reprochables, pero me parece que detrás de muchos comentarios no hay más que ese espíritu cainita que tanto se da en nuestra tierra aragonesa. A lo largo de estos meses he oído comentarios a personas que parecían aparentar desear que todo saliera mal.

Independientemente de lo que es la Exposición en sí –el tema que la protagoniza, las construcciones realizadas, los detalles de organización, …- pienso que el acontecimiento supone para Zaragoza un impulso formidable: de manera parecida a lo que significó para Barcelona la Olimpiada de 1992 o para Sevilla la Exposición de ese mismo año; Zaragoza, además de estar más bonita, ha tenido, por causa de la Expo, unas mejoras enormes en construcciones, urbanización, infraestructuras, etc; solamente el aspecto de la ribera del Ebro me lleva a pensar que todo ha valido la pena.

La ceremonia inaugural tuvo su interés; al ver la llegada de personajes al recinto y al Palacio de Congresos, su firma en el Libro de Honor, las idas y venidas de unos y otros, aparece el chusmeta que uno lleva dentro y disfrutas como un enano. Luego vinieron los discursos, en torno a los cuales tengo opiniones encontradas: me gustó mucho el del Alcalde de Zaragoza y el de Jefe Europeo de exposiciones, el primero porque llevaba un fuerte carga emotiva y demostró una elogiable magnanimidad y el segundo por ese entusiasmo contagioso que transmitía, aunque he de admitir que al ser en francés no me acabé de enterar mucho. El del Presidente del Gobierno lo ví demasiado político, poco adecuado para la ocasión.

Asistir a un evento así te permite también observar a las personas; cuando contemplas el comportamiento ciudadano hay ocasiones en las que te enfadas con la humanidad, mientras que en otras te reconcilias con ella. Por un lado me sentí enfrascado en un ambiente grato y alegre que me elevó el ánimo; en la tarde de ayer disfruté saludando a personas queridas –compañeros del mundo jurídico, concejales de Huesca, amigos, ….-, y también contemplando a gente desconocida, como esa chica que se pasó el acto exultando y afirmando qué bien le caía Roque Guistau, cosa que no me extraña pues se trata de una persona de la que sólo oyes hablar bien, el entusiasmo de mi vecina de asiento me pareció noble, ejemplar y contagioso.

Pero también compruebas detalles de poca elegancia y cortedad de miras, como determinados comentarios críticos tras los que intuyes más envidia y mala uva que razones objetivas o la actitud provocativa de quienes –muy pocos- no se levantaron cuando no sonó el himno nacional: soy de la opinión de que cuando uno asiste a un acto de estos el guardar las composturas previstas no es más que una manifestación de respeto, sin que hacerlo tenga que equivaler a traicionar las propias convicciones. El cóctel con que nos obsequiaron posteriormente también facilitó la contemplación de alguna escena “chusca”, como la pérdida de compostura de más de uno en la pelea por conseguir la croqueta de turno, el pastel apetecible o unos cuantos canapés o el trato de algunos con quienes servían la cena, a veces despótico, a veces indiferente, que demuestra que seguimos necesitando que nos eduquen mejor para que no pensemos que quienes desempeñan está función nos prestan un servicio más meritorio que merecido y que se les debe, cuando menos, respeto y, si es posible, agradecimiento.

El espectáculo final de fuegos artificiales fue una de las escenas más bellas que recuerdo, y supuso un hermoso colofón a una jornada histórica e inolvidable.

2 comentarios:

Suso dijo...

¡Qué moderado eres!...me has enseñado a ver las cosas desde otro punto de vista.
¡Gracias!

Modestino dijo...

Salta a la vista que también caben versiones más negativas: hay quien dice que todo Aragón vamos a estar años pagando los gastos de la Expo; otros opinan que ha sido un filón para piratas, trepas, reyes del pelotazo y corruptos .... yo no tengo datos ni estoy al loro.

También podría hablarse de cierto snobismo superficial y de otras cosas.

Pero yo tengo claro que tiene que ser bueno para la ciudad.